miércoles, 3 de abril de 2013

Desde el principio acordaron el día de su muerte. Sería en que lograran enamorarse nuevamente uno del otro.

Corazón de piedra, alma de fuego. Creyeron que lo soportaría todo. Pero incluso la roca acabó fundiéndose ante los embates pasionales.

La mejor ruta de escape fue destruir a cuantos corazones hubiera en su camino.

Justo cuando se pensaba a salvo, vino la más tierna caricia a hacerle estremecer.

No era romántico. Y se enamoró. Sufrió mucho.

Para hacer a su dueño dormir, el violín entonó melodías diabólicas en sus sueños.

No la espantó la sangre manchando las paredes. Le espantó que estas no dejaran de moverse.

Fue un niño tan paciente que aguantó tres horas a la muerte una vez le arrancaron el corazón.

El explosión fue tan inmensa que se comió a sí misma.

Nadie acudió a la primera lágrima. Los había matado a todos.

El espejo fue destruido con toda gentileza con plumas de gallo, tal como lo ordenó su señora la Reina Roja.

Él era sádico en cuerpo y masoquista en el corazón. El joven sólo masoquista. No funcionó.

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